EL VIERNES 3 DE JUNIO A LAS 6 PM TENDREMOS EL SEGUNDO CONCIERTO DE MPLV ¡NO TE LO PIERDAS!

UN PAR DE CUATRO. DIFERENTES, IGUALES

Por Vanessa Moreno Losada


Para muchas personas cuatro letras significan muchas cosas, independientemente del lugar del mundo en el que se encuentren y la cultura que se les haya inculcado. Son cuatro letras que en todo sentido significan lo mismo que otras cuatro, diferentes en forma, pero de fondo idénticas: Dios.



Más allá de toda religión estas simples letras se entienden en cualquier sitio como una esperanza. Los seres humanos somos tan insignificantes —aunque no lo queramos reconocer— que necesitamos aferrarnos de un “algo” para sentir que podemos lograr los sueños que trazamos con cautela y que en los momentos fuertes tenemos un soporte en el que depositar las tristezas. Confiar en “algo” distinto a nosotros mismos es reconocer que solos no podemos, aunque el modernismo, ciencia y tecnología nos hagan cada vez más “capaces”. Esa esperanza que surge en momentos de crisis es innata en los seres humanos y reconoce por sí sola que Dios existe de una manera particular para cada quien.

Dios es un padre, lo dicen todas las religiones. Cada una de ellas, o mejor diré  la mayoría para que no digan que generalizo, habla de un ser divino dador de ciertas gracias; por lo que, es indudable que la imagen de ese ser que nos provee de esperanza es de un padre. La diferencia entre las religiones es la calificación que se le da a Dios: ¿un padre bueno o un padre malo?

Por esta razón, sobre la Tierra caminó un hombre que dedicó su vida entera a señalar cuál es el adjetivo correcto para Dios. Su importancia histórica, social y política no se pone en duda; de hecho, dividió el tiempo en un antes y después. Jesús estuvo entre los hombres para decirnos que el padre que tenemos es BUENO, maravilloso, piadoso y sobre todo amoroso.

Amor son las otras cuatro letras que hacen juego con las que forman la palabra Dios. El padre de Jesús, nuestro padre es amor. Un sentimiento que nosotros no podemos entender, un amor que es más grande que el de una madre por su hijo… amor puro y sin discriminación.

He pensado que la falta de fe, de reconocimiento de la existencia de él, es la falta de amor que hay entre los hombres. No estamos acostumbrados a experimentar esta clase de sentimientos tan perfectos, abnegados y desinteresados. No creemos en el amor eterno (¿cuántos divorcios hay?), no creemos en el amor ciego (por algo existe el racismo), no creemos en el amor que todo lo perdona (¿cuántas madres botan a sus hijas por un embarazo inesperado?), no creemos en el amor que todo lo aguanta (¿cuántas amistades se acaban porque no entienden los defectos del otro?), en fin… estamos acostumbrados al amor humano, imperfecto y finito.

Creo entonces que es hora de sujetarse a la sensación de esperanza que sentimos todos cuando las cosas van mal, reconocer que Dios existe para nosotros y que no es solo una decoración, un observador distante. Debemos dejar de lado el miedo que tenemos de hablar con él, porque a diferencia de los humanos Dios no está contando nuestros errores. Es momento de entender que él es más que nuestros padres terrenales y por eso no nos abandona nunca, somos nosotros los que lo alejamos de nuestras vidas. Es tiempo de volver a Dios porque como padre bueno y perfecto está esperando que tomemos su mano y confiemos en que él puede arreglarlo todo, si nosotros le damos permiso. Solo tenemos que abrir el corazón para ver ese amor en las cosas comunes del mundo, porque Dios es un caballero que no se exhibe con fuegos artificiales, luces y fanfarreas para llamar la atención; sino que nos da simplezas perfectas que juntas forman la vida.

No hay que dudarlo. Dios existe y nos ama. Gasta su amor en ti, en aquel y en el otro… ¿Cuántos reyes hacen eso? El problema lo encontramos cuando nos preguntamos si nosotros, sus príncipes, lo amamos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario